"Referirse a la realidad
como algo detenido, estático, dividido, o bien comportado o en su defecto
hablar o disertar sobre algo completamente ajeno a la experiencia existencial
de los educandos, deviene realmente, la
suprema inquietud de esta educación. Su ansia
irrefrenable. En ella, el educador aparece como un agente indiscutible como su
objeto real, cuya tarea indeclinable es “llenar” a los educandos con los
contenidos de su narración. Contenidos que solo son retazos de la realidad,
desvinculados de la totalidad en que se engendran y en cuyo contexto adquieren
sentido. En estas disertaciones, la palabra se vacía en de la dimensión concreta que debería poseer y
se transforma en una palabra hueca, en verbalismo alineado y alienante. De ahí
que sea más sonido que significado, y como tal, sería mejor no decirla. Es por esto por lo que una de las
características de esta educación disertadora es la “sonoridad” de la palabra y
no su fuerza transformadora: cuatro veces cuatro, dieciséis. El educando fija,
memoriza, repite sin saber lo que realmente significa cuatro veces cuatro. La narración,
cuyo sujeto es el educador, conduce a los educandos a la memorización mecánica
del contenido narrado. Más aún, la narración los transforma en “vasijas”, en recipientes
que deben ser “llenados” por el educador. Cuando más vaya llenando los
recipientes con sus “depósitos”, tanto mejor educador será. Cuanto más se dejen
“llenar” dócilmente, tanto mejor educandos serán. En la visión bancaria de la educación, el “saber”,
el conocimiento, es una donación de aquellos que se juzgan “sabios” a los que
juzgan ignorantes". Paulo Freire
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